Desde nuestro inicios más básicos y
de menos posibilidades (ya que por suerte o desgracia en la prehistoria no había
cuarzo compacto) hemos sabido aprovechar los recursos que teníamos a nuestro
alrededor para satisfacer nuestras necesidades más básicas.
Cuando el homo habilis se cansó de
sufrir la lluvia, el viento y una piedra de granizo hizo mella en su cabeza, grito:
¡Se acabó! (con sonidos guturales imaginamos) y empezó a buscar e idear la
forma de construir un refugio. Para ello se valió de materiales que había alrededor para así
protegerse a él y a su extensa familia del caprichoso tiempo.
Años después, nosotros los
descendientes legítimos de ese sabio homo habilis, evolucionamos unos pasos
más, depurando las necesidades que podíamos tener o que podían surgir y las
llevamos hasta el lugar en el que pasamos tanto tiempo: la cocina.
Buscamos y probamos entre varios
elementos naturales, y el que más nos convenció, salido del propio infierno,
fue el granito, nacido del magma de los volcanes. Una obra artesanal de la naturaleza, formada por minerales cristalizados con dibujos diferentes. A cambio de utilizar este material, tenemos la responsabilidad de restaurar las canteras una vez terminada su extracción.
En los primeros años que se
utilizó este material era difícil de manejar, pero hoy en día y gracias al
progreso (nuevas técnicas y maquinaria), la extracción de este material resulta
más sencillo, como su posterior refinamiento.
Tenemos también otras características que nos muestran
porque es un material tan utilizado: ofrece una gran resistencia al rayado, desgaste y a los acidos. Tiene escasa porosidad, así nos
podemos despreocupar, si en esos días de torpeza se nos cae el aceite, la
leche, o cualquier cosa que pase por nuestras manos ya que en una encimera bien
pulida no dejara mancha y la limpieza sera sencilla.
Por lo tanto gracias a la naturaleza que nos ha dado este maravilloso material y al progreso que lo ha llevado a nuestras cocinas.